¿Desconcierto o brillantez en esta nueva obra? Francis Ford Coppola regresa con Megalópolis, ¡pero no como esperas!
Advertencia: CONTIENE SPOILERS. Llega finalmente la muy anticipada película Megalópolis del legendario director Francis Ford Coppola, y ha desatado una montaña rusa de opiniones. Algunos la consideran una obra maestra, mientras que otros están perplejos intentando decodificar lo que acaban de ver. Esta es una película que desafía su clasificación tradicional, lo que, en parte, se suma a su atractivo. Con un matiz muy distinto a lo que esperaríamos de Coppola, famoso por El Padrino o Apocalypse Now, nos sumerge en un lugar totalmente diferente.
Vayamos a lo que más sobresale en Megalópolis: su esencia. Si crees que estás a punto de presenciar un drama oscuro lleno de emociones intensas, similares a los clásicos de Coppola, te espera una sorpresa. Megalópolis se despliega, sin más, como una «fábula». Exactamente, lo has leído bien. En lugar de la intensidad épica humana que podríamos esperar, Coppola ha optado por algo que parece narrar un cuento para adultos, con un tono satírico suave que te hará cuestionar si estás viendo una comedia o una reflexión filosófica sobre la sociedad moderna.
Desde el comienzo, la película indica que no se parece a nada que hayas presenciado antes.
Justo debajo del título del póster, se puede leer la palabra «fábula», elemento esencial para entender la trama. Megalópolis tiene el aire de un cuento de niños ilustrado, como si Francis Ford Coppola hubiera pasado una tarde hojeando historias infantiles, pero con temas que analizan la humanidad, el poder y el avance de la civilización.
En lugar de personajes multifacéticos y ricos en matices, Megalópolis nos presenta arquetipos. Cada personaje es una especie de manifestación de una idea o un papel en la sociedad. Adam Driver da vida a César, el héroe de la historia, un visionario que cree que el progreso es el verdadero motor de la humanidad. César encarna al imperfecto artista que empuja a la sociedad hacia un futuro mejor, aunque todos prefieran seguir con lo «habitual».
Por otro lado, contamos con Giancarlo Esposito, que representa lo opuesto del héroe. Su personaje simboliza la estructura, el orden, el conservadurismo: quienes se aferran a lo que funciona y resisten a los cambios. Luego está Shia LaBeouf, en un papel similar a Calígula, representando la decadencia y el caos que puede derribar cualquier sociedad si no se tiene precaución.
Entre el elenco de personajes también encontramos a Jon Voight y Aubrey Plaza, que encarnan los instintos más primitivos: la lujuria y la codicia, siempre dispuestos a entorpecer grandes ideas por placeres efímeros. Así, el resultado es un juego de fuerzas en el que César, el creador, intenta impulsar la civilización hacia un constante estado de mejora, enfrentando los obstáculos con los que todos nos identificamos demasiado bien.
Una conjunción gigante de filosofía y sátira
Si has llegado hasta este punto y te estás preguntando si Megalópolis sigue un relato convencional, la respuesta es no… y sí. Hay una historia que se desarrolla, con personajes que tienen objetivos y evoluciones, pero todo está envuelto en una especie de formato de «pop-up para adultos» donde lo visual, filosófico y fantástico se fusionan. ¿Suena extraño? Lo es. Pero, una vez que aceptas lo que Coppola está haciendo, la película comienza a cobrar sentido y te sumerge en un debate de ideas mucho más amplio.
La estética de Megalópolis es tan inusual como su trama. Imagina una mezcla de la antigua Roma con el Nueva York contemporáneo, con estatuas que cobran vida, ciudades bajo lluvias apocalípticas y un diseño que parece haber sido extraído de un sueño (o pesadilla) futurista. Sin embargo, no todo es brillantez y esplendor visual. Hay momentos en los que la película parece… digamos, de presupuesto bajo. Algunas escenas, en las cuales simplemente los personajes hablan, no lucen tan bien como el resto, y uno se pregunta si se trató de una decisión estética intencional o de problemas de producción involuntarios. ¿Fealdad intencional o negligencia involuntaria? Esa incógnita quizás solo pueda resolverla Coppola.
¿Un exceso de ideas en juego?
Con toda la reverencia a una figura como Coppola, no podemos obviar que, en ocasiones, Megalópolis parece querer abarcar más de lo que puede masticar. Está llena de ideas: sobre el progreso, el poder, la innovación, la corrupción y hasta sobre la razón de la existencia. Estas ideas, aunque son cautivadoras, se sienten abarrotadas, luchando por espacio en una historia que no les proporciona suficiente tiempo para respirar.
Quizás hubiera sido más eficaz enfocarse en unas pocas y desarrollarlas en profundidad, como en La Conversación, donde Coppola se adentra en la paranoia de un hombre, revelando sus traumas hasta las últimas consecuencias. Megalópolis, por su parte, parece una mano que roza superficialmente un lago lleno de brillantes conceptos, pero que nunca se sumerge por completo en ellos.
Coppola frente a todos: Desafiando las convenciones cinematográficas
Megalópolis es una película que desafía todas las normas del cine tradicional. Si alguna vez has leído un libro sobre «cómo escribir un guion en 21 días», esta película es la antítesis. Aquí no encontrarás los tradicionales tres actos que supuestamente deben constituir cada narración. En lugar de seguir la estructura narrativa que el propio Coppola ayudó a definir, esta película se dedica a ser algo único, completamente de su propiedad, una especie de declaración sobre cómo el cine puede ser cualquier cosa que su creador desee que sea.
Es inspirador, sin duda. Y aunque algunos podrían criticar la falta de estructura o la temática excesivamente filosófica, lo cierto es que Megalópolis logra algo que pocas películas consiguen en la actualidad: nos reta a pensar, nos obliga a debatir y, lo más importante, nos evoca una visión pura del cineasta, sin compromisos.
Una fábula imperfecta, pero fascinante
Megalópolis no es una película para todos los públicos. Tiene un tono extravagante, una estructura narrativa inusual y un mensaje que, a veces, es tan transparente que puede resultar predicativo. Pero si puedes aceptar todo esto, encontrarás una experiencia cinematográfica única y hermosa. Es la obra de un cineasta que ya no tiene que probar nada, alguien que decide contar una historia simplemente porque quiere hacerlo, sin preocuparse demasiado si nos gusta o no.
Es una fábula, sí, un cuento de hadas con moral incluida, y puede que no se convierta en un clásico instantáneo como El Padrino. Sin embargo, demuestra que Coppola sigue siendo un creador, un innovador que todavía cree en la capacidad del cine como un medio donde cualquier cosa es posible. Así que, si estás buscando algo distinto, algo que te haga reflexionar y quizás reírte a su vez, dale una oportunidad a Megalópolis. Es una de esas películas que será difícil olvidar, sea cual sea tu opinión final de ella.
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